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lunes, 4 de noviembre de 2013

Sin (con) vértigo

Caíste,
era inevitable.
La ineludible tentación,
las agudas ganas,
la venenosa adrenalina
y la seductora altura,
no están ahí porque sí.

Estás cayendo,
da miedo, aterra,
pero qué placentero es.
¿Cómo puede ser tan maravilloso
hacer figuras en el aire?

Sigues cayendo,
el cielo está despejado, hace sol
y la brisa en la cara es
como un fuerte sedante.
Quizás, la mejor droga que existe.

Pero sigues cayendo,
las grises y tristes nubes rompen la armonía,
ahora son más fuertes que la pasión
de los mudos atardeceres que,
cualquiera desearía volver a admirar
pero desvanecidos se quedaron en el tiempo.

Y caes,
era inevitable.
La velocidad era muy alta y
tú cada vez más vulnerable ante
la presión del aire al precipitarte.

Caíste,
y duele.
Duele porque quisieras seguir cayendo,
aunque sabes bien que antes de volver a
caer, te lo pensarías dos veces.
Ya no hay nada más, sólo suelo.
Sólo tú.

Rica. C



1 comentario:

Carla dijo...

Tenemos una extraña adicción al peligro.
Eso hace un poco más interesante la vida.
Ojalá sigamos buscando precipicios.

Vecinos!